Cada vez que escucho la gran música de Eduardo Laguillo, regreso a las tardes de mi adolescencia cuando ambos éramos sin duda más jóvenes y más felices. También buenos amigos. Incluso en aquella Barcelona tan excitante de los Setenta, Eduardo constituía toda una rareza. Afortunado chico de Madrid, de buena cuna y muy ricas sensibilidades, destacaba ya por su talento artístico y su delicado trato personal. Ya entonces, también, le poseía ese afán de búsqueda notorio en los diversos campos de la vida, que le ha acompañado hasta hoy como un fidelísimo compañero de viaje. El único que a la postre nos hace verdaderamente humanos. En los primeros años Laguillo supo labrarse un prestigio minoritario como autor de bellas canciones que, en un país más culto, le habrían coronado como una figura de la estirpe de Elton John o en otro sentido James Taylor. Pero Laguillo, en una curiosa mezcla de modestia, generosidad y cierta “nonchalant” bohemia, se limitaba a interpretarlas en el piano de su casa para los amigos. Un día esas perlas familiares pasaron a integrar el repertorio de grupos como “Apio” o “Unidad móvil”, que siendo proyectos muy de su tiempo portaban ya un cromosoma extra.
Pero en paralelo, Eduardo Laguillo se erigió en mentor musical de figuras barcelonesas como Sisa o Gato Pérez, dejando su estilo en grabaciones que figuran hoy entre las más altas de esos cantores tan distintos de la noche. En Laguillo convivían, pues, el compositor inspirado, el arreglista y el intérprete de elegancia mayor. Pero a ese músico juvenil, tan hijo del rock, no tardó en sumarse el muy consciente estudioso de los grandes maestros. Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Chopin…hasta descansar en el recodo armónico de los impresionistas franceses. Debussy o Ravel. Y en otro sentido Mompou. A ellos añadió la plana mayor de la música norteamericana, en sus vertientes culta y popular. El jazz.
Para cuando Laguillo regresa a Madrid, es un artista de notable madurez que no tarda en hacerse habitual en los grupos de Luis Eduardo Aute, Javier Paxariño o Eliseo Parra. Asimismo funda su propia productora discográfica-Taxi Records- que da conocer su propia obra e impulsa a varios artistas españoles de calidad que se mueven en círculos restringidos. Con cuidado exquisito, Laguillo ha ido destilando unos productos musicales que son pura orfebrería técnica y sonora. Decir que es el compositor “new age” más importante de nuestro país equivale a limitar peligrosamente su ámbito de expresión creativa. Y sobre todo vivencial. Porque es cierto que Laguillo ha sabido integrar magistralmente la tradición europea-folk, pop y clásica-con los ritmos y tonalidades de otros paisajes, eso que Peter Gabriel dio en llamar World Music. Y que sirve más o menos para entendernos. Pero también está la vida. Está esa nada desdeñable experiencia viajera que le ha llevado a un “grand tour”, no siempre romántico, por la India, Usa y Latinoamérica. O su insaciable voracidad lectora, que le acompaña a menudo en la valiente búsqueda de si mismo. De esos viajes profundos el artista y la persona salieron muy enriquecidos. También todos aquellos que nos acercamos, deslumbrados, a un músico mayor, que transmite como pocos la riqueza de un planeta cambiante. Y las maravillas, desvelos y sueños de aquellos que vivimos en el.
Miguel Dalmau